nunca. En todos los esfuerzos que hice, que hicimos, nos encontramos. Esta es la tragedia. Esta es su primera línea, que nos lleva, que nos trae y nos devuelve. Llanto de una amargura, de una salibridad, qué más nos iría a encontrar, qué otra cosa: un mar.
Partí aquella mañana, no regresé ¿Para qué volver? Me alejé. Supe que no te encontraría, siempre lo supe. Siempre lo supimos. ¿Para qué quedarse? ¿Dónde? ¿A cobijo de qué? ¿De quién?
No hay un piso confortable, no hay un lugar duradero. ¿Por qué habría de engañarte? ¿Para qué mentirte, mentirnos?
Sin embargo, sin embargo... no puedo negar que cese, sino todo lo contrario, cesa, pero no se detiene, es casi inadmisible, lo se, para qué deparar en ello ¿Para qué intentar rebarnarse de a pedacitos el cerebro? Dejalo así. Que cese y no se detenga. No deje de cesar.
Hoy frené, hoy me detuve en seco. Sí. Heme aquí. Detenida. Como si no fuera suficiente el domingo. Me detuve. Y seguí. En la misma paradoja. Fue la decisión. La de continuar ¿Por qué debería ser el fin? Por más que no haya más que esta separación permanente. Me pregunté, me puse en el lugar del fin. Claro que solo fue una ilusión ¿Qué más sino? ¿Qué más? Nada. Ya lo ves.