lunes, 8 de marzo de 2010

excursiones rutilantes

Todo plan que se digne debe comenzar en Bonpland y terminar con Ulises, eso los rutilantes lo saben desde su más tierna infancia, los infinitos cuentos para pequeños-rutilantes no fueron en vano, todo en los rutilantes es el comienzo y el fin de un pequeño-gran-cuento que empieza-termina-vuelve-a-empezar, personajes de cuentos fabulosos.

El comienzo, entonces, con encuentros ralentados y escandalosos en un mundo inexistente, bisagra entre este y algún otro que no se conoce, los rutilantes aferráronse a la malla protectora del local y se columpiaron: ahí estaban, eran fotografías transparentes de un mundo como el de Peter Pan, detalles ínfimos, imperceptibles al ojo no entrenado a las imperceptibilidades de los cuentos (eso, eso, el mejor entrenamiento -dicen- y festejan al Doctor Parnassus). Como siempre, los planes y las planificaciones trazados por los rutilantes exigen una modificación constante y un no apegarse a ellos (salvo en los horarios de comida, que son peligrosamente respetados), así, que en medio de festejos, algarabías y un alfajor jorgito de dulce de leche partieron rumbo a librerías, con el inconfundible sabor a plan roto. Un buen comienzo acompañado de eternas cadencias, los rutilantes ralentaron sus pasos poco a poco hasta quedar suspendidos y mirándose a la cara, no movían ni una pestaña, ni un pequeño temblor, nada de calambres ni de párpados nerviosos, por su pensamiento transmitieron estas letras l-i-b-r-o-s -s-o-r-b-i-l - l-o-r-b-i-s códigos, todo sin afectar nada, el aire quieto, los rutilantes quietos, ¿cómo venden estos señores en este enorme detenimiento?. Salieron como pudieron, los rutilantes, no lo sabemos, es un misterio de esos que los rutilantes aceptan; en un plin-plaf estaban de patitas en la calle y parloteando como si no hubiera existido tamaño silencio. Se dirigieron presurosamente al pasaje, siempre llenito de libros, la ruta del libro iban trazando. Mundo de escaleran corredizas que van y vienen, van y vienen, el rutilante calcula splaff, toma libro, pasa escalera, hojea libro, splaff, splaff, deja libro: encuentros en mesas con amantes proyectosos y huida-por-favor, los rutilantes saludan fervorosamente al librero y luego cada uno se pregunta de dónde lo conocen, maestre encuadernador, frecuentador de fiestas del yablón y librero parece ser. En esta excursión demiúrgica Prometeo los esperaba con los brazos abiertos y su capita anaranjada y luz, mucha luz. La felicidad se hizo en las manos de los rutilantes, y Duchamp, oh lord todo poderoso y eterno, hizo un acto de presencia y se dedicó a saltar entre las manos de los rutilantes, anduvo de excursión, subió las escaleras de Monk y abrazó el sonido celestial de Ulises (pero eso viene después, ¡el rutilante no respeta ni al orden!).

Subte de por medio y lo-más-felíz rutilante y rutilante movilizaron sus pies, piernas, caderas, brazos, cabeza y demás hacia el subte hasta llegar a la congregación de mitones. Uhhhh, sí, llenos de manos de escritores, de gabi-luxes y alejos-alejados con zapatos-nuevos-viejos pero impermeables y todo al módico precio de $75 (los rutilantes no osaron preguntar si el precio había sido pagado, aunque en medio del festín de mini-tartas, mini-muffins y limonadas se deslizó algún que otro gesto que dio a entender que así había sido). Corrieron los rutilantes de aquí para allá entre mitos y mitones, entre dibujos, libros, libritos, fanzines puuuurrrrr, puurrrrrrr, los rutilantes festejaban, salieron corriendo, en búsqueda del panchódromo inexistente, encontraron sí, coca (la abuela rutilantosa se señaló la cola) y pebetes gordos pebetes que no se dejaban abrir, el rutilante sin embargo tiene sus método, ningún pebete se resiste a su mordizco, no señor, aunque valga la vida de los dientes, en una lanzadera desesperada de boca al piso (con el paquete entremedio).

Fueron vistos: dos rutilantes en Figueroa Alcorta, cada uno con su pebete y su coca en mano. Uno de los rutilantes se atragantaba con pebete de dimensiones descomunales, intentaba burlar a la guardia, diciéndole sshoo no tdrengo dada en da booca, mientras millones de migajas se incrustaban en el uniforme (que era gris y acabo rosa) del gran-señor-del-puerta. Presurosos guardaron sus cocas, entraron de excursión y vieron cómo las arañas se paseaban por los hombros de los espectadores, la gran sabiduría del rutilante lo llevó a actuar cautelosamente al ritmo del "Oh, no, señor TENÉS UNA ARAÑA EN EL HOMBRO" seguido de los ritmos-gritosos de AH-AH de mujer-acompañante y valiente que de un plumazo voló a la araña al gran demonio de las arañas, allá lejos, lejitos.


Muy bien, esto no termina aquí, los rutilantes muy felices con la excursión se dirigen ahora sí al final, Monk, jazmines y chicos sin miedo acompañan a Ulises, chicas con un parloteo insoportable asustan a los rutilantes quienes nuevamente, ni lentos ni perezosos, se alejan del tumulto ensordecedor de la noche y se adentran en los trompetines, los coros de muchachos, las melódicas un piano maravilloso que deja a los rutilantes maravillados, guitarras, baterías y un contrabajo estruendoso que hace saltar gritos delirantes al público... los rutilantes acaban robando un festín y festejándolo entre jazmines.

Es así, el rutilante es así, despídese fervorosamente haciendo el avioncito, lo más importante, lo más importante es siempre "comer en en restorante", frase célebre de mom, así como "elegante como un elefante".

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