martes, 25 de noviembre de 2008

ethos

Se desplazó en medio del salón gigante, hacia el fondo podía ver los reflejos de una proyección en una noche como noviembre puede ofrecernos a quienes moramos de este lado del planeta; fresca, abierta, como si un silencio se hubiera apoderado momentanemente de la ciudad y ese silencio fuera noche.
Su mano sujetaba una cámara transpirada y a su paso se le desplegaba un espectáculo que él concebía fantástico. Objetos, piezas y mujeres inalcanzablemente hermosas que charlaban en grupos con hombres de otra estirpe. Su éxtasis aumentaba y un cosquilleo le recorría el cuerpo entero. Todos ellos, seres celestiales, a su alcance. Él que había vivido un espectáculo circense, él que sabía ser fenómeno entre jaulas, excrementos de animales y trajes brillosos, abrazaba su cámara que pendía como un injerto. Su paso era estruendoso y su voz aullaba como un gallo desafinado en cada intento de intercolución. Los grupos se dividían y abrían a su paso, en cada una de sus intervenciones. Él sonreía nerviosamente, notablemente excitado por tanta belleza ¡Ah! ¡Que más! ¡Crueldad! El salón comenzó a destirlarla, súbitamente. Lo que brillaba se hizo rancio y él quedó parado en el medio de esa multitud; una vez más circensemente; en medio de fieras y defecaciones.

Solo el jardín mantuvo su silencio, solo la noche eclipsada por dos ojos que fueron a posarse sobre quien ama en secreto a un ser inalcanzable.

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