sábado, 20 de diciembre de 2008

camanchaca

Como ellos mismos lo dicen, hay un momento, donde pese a que conservamos nuestros nombres, ellos son solo una pobre referencia a lo que subyace, o está/es en algún lugar. Ese nombre, todos esos nombres, todos esos sentidos, paran, paran en el instante en que se rompe la cadena; se rompe y solo queda lo que por ponerle un nombre, por de alguna manera estancar esto de lo que se está hablando, algo bello. Eso, donde se disrumpe la cadena y solo queda lo que es por ser, como pompónsamente les gusta llamarlo a muchos, inefable, sí, pero no por trascendencia, no, no, está ahí, tan presente y corporal que hasta lastima nuestros sentidos, cada uno; y sí, no hay trascendencia, simplemente nada, momento de recambio y posibilidad infinita de movimiento. El nombre entonces se vuelve solo un decorado soso, imbécil, torpe. Qué más... horror al vacío, inventor inútil de tantas trascendencias.
alguien ha dicho

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