Como ellos mismos lo dicen, hay un momento, donde pese a que conservamos nuestros nombres, ellos son solo una pobre referencia a lo que subyace, o está/es en algún lugar. Ese nombre, todos esos nombres, todos esos sentidos, paran, paran en el instante en que se rompe la cadena; se rompe y solo queda lo que por ponerle un nombre, por de alguna manera estancar esto de lo que se está hablando, algo bello. Eso, donde se disrumpe la cadena y solo queda lo que es por ser, como pompónsamente les gusta llamarlo a muchos, inefable, sí, pero no por trascendencia, no, no, está ahí, tan presente y corporal que hasta lastima nuestros sentidos, cada uno; y sí, no hay trascendencia, simplemente nada, momento de recambio y posibilidad infinita de movimiento. El nombre entonces se vuelve solo un decorado soso, imbécil, torpe. Qué más... horror al vacío, inventor inútil de tantas trascendencias.
alguien ha dicho
alguien ha dicho
No hay comentarios:
Publicar un comentario