Según una traduccióń que circula últimamente por algunos lugares que comunmente se llaman librerías y que tienen en su haber mezclas de las más variadas de esos objetos llenos de sorpresas (de las buenas y las malas) que son los libros, Alicia descubre un jardín de rutilantes flores. Los rutilantes se cuelan ya por todas las aperturas; Alicia tuvo la desgracia de no poder hacer nunca coincidir su tamaño con la de la mesa y luego con la de la puerta; o ejecutar todos los pasos en un orden; talvez algún loco de esos a quienes les gusta la matemática diría, su algoritmo siempre dejaba un paso afuera; cuando era grande olvidaba tomar la llave o tomaba la llave cuando no era lo suficientemente pequeña como para pasar por la puerta; para aquellos que no nacen con el don del orden; talvez la vida les depara más cosas maravillosas y de ahí que Alicia corriera permanentemente tras su ganas de dar en aquel jardín.
Bien, quitando este paso por el jardín de Alicia y Alicia misma; tendremos que pensar en otras cuestiones; pero que esta vez afectan (sin perjudicarlos) a los rutilantes; para ello nada mejor que ilustrar con el siguiente paseo.
Dos rutilantes se encuentran en La Boca; en una proa más precisamente; navegan una muestra duchampiana que se despide con barquitos de papel; y que previo a la despedida los había logrado divertir con una viborita que recorría el cuerpo de otro que rutilancias no le faltaban por ningún lado. El paseo programado es largo; así que los rutilantes llevan consigo un mapa; con un recorrido previamente demarcado. Luego de desembarcar suben al 152 (es la línea de los rutilantes; ya está demostrado; el 152 tiene al 8; y el 8 tiene al uno, al dos y al tres; y esto es algo que los rutilantes encuentran exquisito) descienden independientemente por Paseo Colón; rodeados de ingenieros cantores que muestran sus destrezas por dos enormes altoparlantes). Se aventuran por el trayecto ya demarcado y compran jazmines, helados y un vestido verde; pero no llegan a destino, como a Alicia, el mapa y el lugar no coinciden; para ir a A, se acercan al vértice; cuando están a unos pocos metros; descubren que donde están yendo no es donde indica el mapa, entonces se alejan una distancia equivalente a la caminada hasta el punto B; cuando están llegando al punto B descubren que en realidad el mapa está equivocado y que tenían que ir efectivamente en la dirección de A pero un poco más abajo. Los rutilantes trazan entonces un perfecto triángulo; alguien que no entiende a un rutilante pensará en su despiste, en esta vida sin orden, presa del caos en la que viven; el rutilante sabe muy bien que esto no es así; que trazar triángulos los pone del mejor de los humores y que les permite olfatear alternadamente (primero uno y después el otro) los jazmines adquiridos.
Bien, quitando este paso por el jardín de Alicia y Alicia misma; tendremos que pensar en otras cuestiones; pero que esta vez afectan (sin perjudicarlos) a los rutilantes; para ello nada mejor que ilustrar con el siguiente paseo.
Dos rutilantes se encuentran en La Boca; en una proa más precisamente; navegan una muestra duchampiana que se despide con barquitos de papel; y que previo a la despedida los había logrado divertir con una viborita que recorría el cuerpo de otro que rutilancias no le faltaban por ningún lado. El paseo programado es largo; así que los rutilantes llevan consigo un mapa; con un recorrido previamente demarcado. Luego de desembarcar suben al 152 (es la línea de los rutilantes; ya está demostrado; el 152 tiene al 8; y el 8 tiene al uno, al dos y al tres; y esto es algo que los rutilantes encuentran exquisito) descienden independientemente por Paseo Colón; rodeados de ingenieros cantores que muestran sus destrezas por dos enormes altoparlantes). Se aventuran por el trayecto ya demarcado y compran jazmines, helados y un vestido verde; pero no llegan a destino, como a Alicia, el mapa y el lugar no coinciden; para ir a A, se acercan al vértice; cuando están a unos pocos metros; descubren que donde están yendo no es donde indica el mapa, entonces se alejan una distancia equivalente a la caminada hasta el punto B; cuando están llegando al punto B descubren que en realidad el mapa está equivocado y que tenían que ir efectivamente en la dirección de A pero un poco más abajo. Los rutilantes trazan entonces un perfecto triángulo; alguien que no entiende a un rutilante pensará en su despiste, en esta vida sin orden, presa del caos en la que viven; el rutilante sabe muy bien que esto no es así; que trazar triángulos los pone del mejor de los humores y que les permite olfatear alternadamente (primero uno y después el otro) los jazmines adquiridos.
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